miércoles, 27 de mayo de 2009

El hilo se rompe por lo más fino


Comedia en un acto

Personajes
Anna Vasílievna Libánova, hacendada, 40 años.
Viéra Nikoláevna, su hija, 19 años.
M-lle Bienaime, acompañante e institutriz, 42 años.
Varvára Ivánovna Morózova, pariente de Libánova, 45 años.
Vladímir Petróvich Stanítzin, vecino, 28 años.
Evguénii Andréich Górskii, vecino, 26 años.
Iván Pávlich Mújin, vecino, 30 años.
Capitán Chujánov, 50 años.
Dvoriétskii.
Sirviente.

La acción transcurre en el pueblo de la Sra. Libánova.
El teatro representa el salón de una rica casa de hacendado; en el centro, la puerta al comedor; a la derecha, la puerta a la sala; a la izquierda, la puerta con cristal al jardín. En las paredes cuelgan los retratos, en el avant-scène una mesa cubierta de revistas; un fortepiano, unas cuantas butacas; un poco atrás un billar chino; en una esquina un gran reloj de pared.

Górskii. (Entra.) ¿No hay nadie?, tanto mejor... ¿Qué hora es pues?.. Nueve y media. (Tras pensar un poco.) Hoy es el día decisivo... Sí... Sí... (Se acerca a la mesa, toma una revista y se sienta.) Le Journal des Debats, del tres de abril del nuevo estilo1, y nosotros estamos en julio... Hum... Veamos, qué novedades... (Empieza a leer. Del comedor sale Mújin. Górskii echa una mirada apurado.) Bla, bla, bla... ¡Mújin!, ¿qué viento te trajo?, ¿cuándo llegaste?
Mújin. Ayer por la noche, y salí de la ciudad ayer a las seis de la tarde. Mi cochero se salió del camino.
Górskii. Y yo no sabía, que tú conoces a madame de Libanóff.
Mújin. Y yo estoy aquí por primera vez. A mí me presentaron a madame de Libanóff, como tú dices, en un baile, en casa del gobernador; yo bailaba con su hija, y fui merecedor de una invitación. (Echa una mirada.) ¡Y tiene una buena casa!
Górskii. ¡Cómo no!, la primera casa del gobierno. (Le muestra Le Journal des Debats.) Mira, recibimos El Telégrafo. Bromas aparte, aquí se vive bien... Una mezcla agradable así, de la vida rural rusa con la vie de chateau francesa… Tú verás. La ama… bueno, una viuda, y rica... la hija...
Mújin. (Interrumpiendo a Górskii.) La hija es muy bonita.
Górskii. ¡Ah! (Tras callar un poco.) Sí.
Mújin. ¿Cómo se llama?
Górskii. (Con solemnidad.) Se llama Viéra Nikoláevna... Por ella, una dote excelente.
Mújin. Bueno, eso me da lo mismo. Tú sabes, yo no soy el novio.
Górskii. Tú no eres el novio (Echándole una mirada de la cabeza a los pies.), y estás vestido como un novio.
Mújin. ¿Pero tú no estás celoso, no?
Górskii. ¡Ahí lo tienes! Vamos mejor pues a sentarnos, y a charlar hasta que las damas vengan de arriba, para el té.
Mújin. A sentarme estoy dispuesto (Se sienta.), y a charlar voy luego… Cuéntame tú a mí, en unas pocas palabras, qué clase de casa es ésta, qué clase de gente... Tú eres aquí un viejo inquilino.
Górskii. Sí, mi difunta madre, todos unos veinte años seguidos, no pudo soportar a la señora Libánova... Hace tiempo que nos conocemos. Yo, en Petersburgo, la visitaba, y en el extranjero me tropezaba con ella. Así, tú quieres saber, qué clase de gente son, dígnate. Madame de Libanóff (en sus tarjetas de visita está escrito así, con el agregado: exe Salotopine2)... Madame de Libanóff es una buena mujer, ella misma vive y deja vivir a los demás. No pertenece a la alta sociedad, pero en Petersburgo no la desconocen por completo; el general Monplaisir, yendo de paso, se aloja en su casa. Su marido murió temprano, si no, ella hubiera entrado a la sociedad. Se conduce bien, es un poquito sentimental, mimada; a los visitantes los recibe ya con descuido, ya con cariño; no tiene, ¿sabes?, un chic verdadero... Pero al menos, gracias por que no se alarma, no habla con la nariz y no chismea. La casa la mantiene en orden, y la posesión la dirige ella misma… ¡Una cabeza administrativa! Con ella vive una pariente, Morózova, Varvára Ivánovna, una dama decente, viuda también, sólo que pobre. Yo sospecho, que es mala como una mosca, y sé de seguro que, a su benefactora, no la puede soportar… ¡Pero acaso es poco lo que hay3! Tienen una institutriz francesa en la casa, sirve el té, suspira por París y le gusta le petit mot pour rire, gira los ojos de modo lánguido; los agrimensores y los arquitectos se arrastran por ella, pero como no juega a las cartas, y el préférence sólo es bueno entre tres, pues se agarra para eso del pasto bajo sus pies4, de un capitán arruinado y retirado, cierto Chujánov; por su aspecto, un bigotudo y un espadachín, pero en la práctica un servil y un adulón. Todas estas personas, así, no salen de la casa, pero la señora Libánova tiene muchos otros amigos... a todos no los cuentas... ¡Sí!, me olvidé de nombrar a uno de los visitantes más asiduos, el doctor Goodman, Karl Kárlich. Un hombre joven, bonito, con unas patillas sedosas; su asunto no lo entiende en absoluto, pero le besa las manos a Anna Vasílievna con ternura… A Anna Vasílievna eso no le disgusta, y ella tiene unas manos no feas; un poquito rollizas, pero blancas, y con las puntas de los dedos dobladas hacia arriba...
Mújin. (Con impaciencia.) ¿Y por qué tú, no dices nada de la hija?
Górskii. Y espera pues. Yo la dejé para el final. Por lo demás, ¿qué te puedo decir de Viéra Nikoláevna? En verdad, no sé. A una muchacha de dieciocho años, ¿quién la entiende? Ella misma se fermenta toda aún, como el vino joven. Pero de ella puede salir una mujer excelente. Es fina, inteligente, de carácter, y tiene un corazón tierno; y quiere vivir, y es una gran egoísta. Pronto se va a casar
Mújin. ¿Con quién?
Górskii. No sé... Pero ella, de doncella, no se va a quedar sentada.
Mújin. Bueno, por supuesto, una novia rica...
Górskii. No, no por eso.
Mújin. ¿Por qué pues?
Górskii. Porque ella entendió, que la vida de una mujer, empieza sólo desde el día de la boda; y ella quiere vivir. Escucha... ¿qué hora es ahora?
Mújin. (Mirado el reloj.) Las diez...
Górskii. Las diez... Bueno, así, todavía voy a alcanzar. Escucha. Entre Viéra Nikoláevna y yo hay una lucha terrible. ¿Tú sabes acaso, para qué yo galopé aquí, rompiéndome la cabeza, ayer por la mañana?
Mújin. ¿Para qué?, no, no lo sé.
Górskii. Y porque hoy un joven, conocido tuyo, tiene la intención de pedir su mano.
Mújin. ¿Quién es?
Górskii. Stanítzin...
Mújin. ¿Vladímir Stanítzin?
Górskii. Vladímir Petróvich Stanítzin, teniente de la guardia retirado, mi gran amigo; por lo demás, un buen chico. Y mira qué, juzga: yo mismo lo traje a esta casa. ¡Y qué traje!, yo lo traje, precisamente, para que se case con Viéra Nikoláevna. Es un hombre bueno, modesto, de mente no larga, holgazán, hogareño: no se puede pedir un mejor marido. Y ella entiende eso. Y yo, como un viejo amigo, le deseo el bien.
Mújin. Entonces, ¿tú galopaste aquí, para ser testigo de la felicidad de tu protege?
Górskii. Al contrario, yo vine aquí, para romper ese matrimonio.
Mújin. Yo no te entiendo.
Górskii. Hum... y al parecer, el asunto está claro.
Mújin. ¿Tú mismo quieres casarte con ella, o qué?
Górskii. No, no quiero, pero tampoco quiero, que ella se case.
Mújin. Tú estás enamorado de ella.
Górskii. No pienso.
Mújin. Tú estás enamorado de ella, amigo mío, y temes hablar demás…
Górskii. ¡Qué clase de sandez! Pero si yo estoy dispuesto a contártelo todo...
Mújin. Bueno, entonces tú estás de casamentero...
Górskii. ¡Pero no pues! En todo caso, yo no tengo la intención de casarme con ella.
Mújin. Tú eres modesto, ni qué decir.
Górskii. No, escucha. Yo, ahora, te hablo con franqueza. El asunto está, mira en qué. Yo sé, sé de seguro, que si yo pidiera su mano, ella me preferiría a mí, en vez de a nuestro amigo común, Vladímir Petróvich. En lo que respecta a la mátushka5, pues nosotros dos, Stanítzin y yo, a sus ojos, somos unos novios decentes... Ella no va a objetar. Viéra piensa, que yo estoy enamorado de ella, y sabe, que yo le temo al matrimonio más que al fuego… ella quisiera vencer esa timidez mía... y ella espera... Pero no va esperar mucho tiempo. Y no porque tema perder a Stanítzin: ese pobre joven arde y se derrite como una vela... ¡pero hay otra razón, por la que ella no va a esperar más! ¡Me empieza a oler, bandida!, ¡empieza a sospechar de mí! Ella, a decir verdad, teme ponerme demasiado contra la pared; pero, por otro lado, desea saber, finalmente, qué yo pues… cuáles son mis intenciones. Y por eso, entre nosotros se desata una lucha. Bueno, yo siento que hoy es el día decisivo. Se me va a escapar esa serpiente de las manos, o me va ahogar a mí mismo. Por lo demás, yo todavía no pierdo las esperanzas... ¡Acaso no caiga con Escila y evite a Caribdis6! Hay una desgracia: Stanítzin está enamorado hasta tal punto, que yo no soy capaz de celarlo ni enojarme. Anda así, con la boca abierta y los ojos melosos. Es terriblemente ridículo, y con las insinuaciones solamente, no lo agarras ahora... Hay que ser tierno. Yo empecé ayer. Yo no me obligué, eso es lo asombroso. Yo mismo dejo de entenderme, por Dios.
Mújin. ¿Cómo es eso, tú empezaste?
Górskii. Y mira cómo. Yo ya te dije, que llegué ayer bastante temprano. Hace tres días, por la noche, me enteré de la intención de Stanítzin... ¿De qué manera?, no hay que extenderse sobre eso… Stanítzin es confiado y hablador. Yo no sé, si acaso Viéra Nikoláevna presiente la propuesta de su admirador, -eso queda de su parte-, pero ella ayer, como que me observaba en particular. Tú no te puedes imaginar qué difícil es, hasta para un hombre acostumbrado, soportar la mirada perspicaz de esos ojos jóvenes, pero inteligentes; en particular, cuando los entorna un poco. Probablemente, también le asombró mi cambio de trato con ella. Yo paso por ser un hombre burlón y frío, y me alegro mucho de eso: es fácil vivir con esa reputación... pero ayer tuve que mostrarme preocupado y tierno. ¿Para qué mentir? Yo, realmente, sentía una pequeña inquietud, y el corazón se me ablandó de gusto. Tú me conoces, amigo mío, Mújin: tú sabes que yo, en los instantes más hermosos de la vida humana, no estoy en condición de dejar de observar... y Viéra fue ayer, un espectáculo cautivador para tu prójimo observador. Se entregó a la afición, si no al amor; yo no soy digno de ese honor, por lo menos de esa curiosidad, y ella temía, y no confiaba en sí, y no se entendía a sí misma... Todo eso se reflejaba de modo tan bonito en su carita fresca. Yo no me aparté de ella en todo el día, y por la noche sentí, que empezaba a perder el poder sobre mí mismo… ¡Oh, Mújin! Mújin, la cercanía continua de unos hombros jóvenes, de un aliento joven, ¡es una cosa muy peligrosa! Por la noche fuimos al jardín. Hacía un tiempo asombroso... un silencio en el aire, indecible... Mademoiselle Bienaime salió al balcón con una vela: y la llama no se movía. Paseamos juntos mucho tiempo, a la vista de la casa, por la arena suave del sendero, a lo largo del estanque. Y las estrellas brillaban suavemente, en el agua y en el cielo... La indulgente, pero cuidadosa mademoiselle Bienaime, nos seguía con su mirada desde la altura del balcón… Yo le propuse a Viéra Nikoláevna montarse en el bote. Ella aceptó. Yo empecé a remar, y llegué suavemente hasta el centro del estanque estrecho... "¿Оi allez vous done?", se oyó la voz de la francesa. "Nulle part", respondí yo en voz alta, y puse el remo. "Nulle part,-agregué a media voz... -Nous sommes trop bien ici". Viéra bajó los ojos, se sonrió y empezó a pasar la punta de la sombrilla por el agua... Una sonrisa bonita, pensativa redondeó sus mejillas infantiles... se disponía a hablar y sólo suspiraba, pero tan divertido como suspiran los niños. Bueno, ¿qué te puedo decir aún? Yo mandé al diablo todas mis precauciones, intenciones y observaciones, fui feliz y fui tonto, le recité versos de memoria... por Dios... ¿tú no me crees?, bueno, por Dios pues, le recité, y aún con una voz temblorosa... En la cena me senté a su lado... Sí... todo eso está bien... Mis asuntos están en perfecto estado, y si yo quisiera casarme... Pero mira en qué está la desgracia. A ella no la engañas... no. Otros dicen, que las mujeres se baten con la espada perfectamente. Y a ella no le tumbas la espada de la mano. Por lo demás, hoy veremos... En todo caso, yo pasé una noche asombrosa... ¿Y tú estás algo pensativo, Iván Pávlich?
Mújin. ¿Yo?, yo pienso, que si tú no estás enamorado de Viéra Nikoláevna, entonces tú eres o un gran excéntrico, o un egoísta insoportable.
Górskii. Puede ser, puede ser; ¿pero quién..? ¡Ellos!, vienen... ¡Aux armes!, yo confío en tu discreción.
Mújin. ¡Oh! Por supuesto.
Górskii. (Mirando a la puerta de la sala.) ¡Ah! Mademoiselle Bienaime... Siempre la primera... a la fuerza... El té la espera.
Entra m-lle Bienaime. Mújin se levanta y reverencia. Górskii se acerca a ella.
Mademoiselle, j'ai l'honneur de vous saluer.
M-lle Bienaime. (Abriéndose paso hacia el comedor y mirando de soslayo a Górskii.) Bien le bonjour, monsieur.
Górskii. Toujours fraiche comme une rose.
M-lle Bienaime. (Con un remilgo.) Et vous toujours galant. Venez, j'ai quelque chose a vous dire (Se va con Górskii al comedor.)
Mújin. (Solo.) ¡Qué clase de excéntrico este Górskii! ¿Y quién le pidió escogerme de confidente? (Se pasea.) Bueno, yo vine por un asunto... Si se pudiera…
La puerta con cristal que da al jardín se abre rápido. Entra Viéra con un vestido blanco. Tiene en las manos una rosa fresca. Mújin le echa una mirada y reverencia con turbación. Viéra se detiene perpleja.
Usted... usted no me reconoce... yo...
Viéra. ¡Ah! Monsieur... Monsieur... Mújin; yo no lo esperaba de ningún modo... ¿cuando llegó?
Mújin. Ayer por la noche... Imagínese, mi cochero...
Viéra. (Interrumpiéndolo.) Mámienka se va a alegrar mucho. Espero que se quede a visitarnos... (Le echa una mirada.)
Mújin. Usted, puede ser, busca a Górskii... Él salió ahora.
Viéra. ¿Por qué usted piensa, que yo busco al señor Górskii?
Mújin. (No sin turbación.) Yo... yo pensaba...
Viéra. ¿Usted lo conoce?
Mújin. Hace tiempo, él y yo servimos juntos.
Viéra. (Se acerca a la ventana.) ¡Qué tiempo hermoso hace hoy!
Mújin. ¿Usted ya paseó por el jardín?
Viéra. Sí... me levanté temprano... (Se mira el borde de su vestido y los zapatos.) Tal rocío…
Mújin. (Con una sonrisa.) Y su rosa, mírela, está toda llena de rocío...
Viéra. (La mira.) Sí...
Mújin. Permítame preguntarle... usted, ¿para quién la arrancó?
Viéra. ¿Cómo para quién?, para mí.
Mújin. (Significativamente.) ¡Ah!
Górskii. (Saliendo del comedor.) ¿Quieres té, Mújin? (Viendo a Viéra.) ¡Saludos, Viéra Nikoláevna!
Viéra. Saludos.
Mújin. (Apresurado y con fingida indiferencia hacia Górskii.) ¿Y el té acaso está listo? Bueno, entonces me voy. (Se va al comedor.)
Górskii. Viéra Nikoláevna, deme pues su mano...
Ella, callada, le da la mano.
¿Qué le pasa?
Viéra. Dígame, Evguénii Andréich, su nuevo amigo, el señor Mújin, ¿es tonto?
Górskii. (Con perplejidad.) No sé... dicen, que no es tonto. Pero qué pregunta es esa...
Viéra. ¿Ustedes son grandes amigos?
Górskii. Yo lo conozco... ¿pero qué pues... acaso, él le dijo algo?
Viéra. (Apresuradamente.) No es nada... No es nada... Yo así... ¡Qué mañana maravillosa!
Górskii. (Señalando la rosa.) Veo, que usted ya paseó hoy.
Viéra. Sí... Monsieur... Mújin ya me preguntó, para quién yo arranqué esta rosa.
Górskii. ¿Y qué le respondió usted?
Viéra. Yo le respondí, que para mí.
Górskii. ¿Y de veras, usted la arrancó para usted?
Viéra. No, para usted. Ve, yo soy franca.
Górskii. Entonces, démela pues.
Viéra. Yo ahora no puedo: estoy obligada a ponérmela en el cinturón, o a regalársela a mademoiselle Bienaime. ¡Qué divertido es esto! Y al asunto. ¿Por qué usted no entró primero abajo?
Górskii. Y yo así, estuve aquí, antes que todos.
Viéra. Entonces, ¿por qué yo no lo encontré primero a usted?
Górskii. Ese insoportable de Mújin…
Viéra. (Mirándolo de soslayo.) ¡Górskii!, usted es pícaro conmigo.
Górskii. ¿Cómo...?
Viéra. Bueno, eso se lo voy a demostrar luego... Y ahora vamos a tomar el té.
Górskii. (Reteniéndola.) ¡Viéra Nikoláevna!, escuche, usted me conoce. Yo soy un hombre desconfiado, extraño; en apariencia, yo soy un burlón y un descarado, pero de veras, yo, simplemente, soy un tímido.
Viéra. ¿Usted?
Górskii. Sí. Además, todo lo que me sucede, es tan nuevo para mí... Usted dice, que yo soy pícaro… Sea indulgente conmigo… póngase en mi situación.
Viéra, callada, levanta los ojos y lo mira fijamente.
Yo se lo aseguro, yo, todavía, nunca había hablado... con nadie así, como yo hablo con usted... por eso me es difícil... Bueno, sí, yo estoy acostumbrado a fingir... Pero no me mire así... Por Dios, yo merezco un incentivo.
Viéra. ¡Górskii!, a mí es fácil engañarme... Yo crecí en el campo, y he visto a poca gente... a mí es fácil engañarme; ¿y para qué? Una gran gloria, por eso, usted no va a tener... Y jugar conmigo... No, yo no quiero creer eso... Yo no merezco eso, y usted no lo va a querer.
Górskii. Jugar con usted... Pero mírese a sí misma... Pero si esos ojos ven a través de todo.
Viéra se voltea suavemente.
¿Pero sabe acaso, que cuando yo estoy con usted, no puedo… bueno, resueltamente, no puedo no decirle todo lo que pienso?.. En su sonrisa suave, en su mirada serena, hasta en su silencio hay algo tan imperativo...
Viéra. (Interrumpiéndolo.) ¿Y usted no quisiera decirlo? ¿Usted siempre quiere ser astuto?
Górskii. No... Pero escuche, a decir verdad, ¿quién de nosotros lo dice todo?, siquiera usted, por ejemplo...
Viéra. (Interrumpiéndolo de nuevo y mirándolo con una sonrisa burlona.) Precisamente: ¿quién lo dice todo?
Górskii. No, yo ahora hablo de usted. Por ejemplo, dígame con franqueza, ¿usted espera a alguien hoy?
Viéra. (Serenamente.) Sí. Stanítzin, probablemente, vendrá a vernos hoy.
Górskii. Usted es una persona terrible. Usted tiene el don de no decir nada, sin ocultar nada… La franchise est la meilleure des diplomatics, probablemente, porque una cosa no impide la otra.
Viéra. Por lo tanto, usted sabía, que él debía venir.
Górskii. (Con ligera turbación.) Sabía.
Viéra. (Oliendo la rosa.) ¿Y su monsieur... Mújin… lo sabe también?
Górskii. ¿Por qué usted siempre me pregunta por Mújin? ¿Por qué..?
Viéra. (Interrumpiéndolo.) Bueno, basta, no se enoje... ¿Quiere, vamos al jardín después del té? Vamos a charlar usted y yo… Yo le voy a preguntar...
Górskii. (Apresurado.) ¿Qué?
Viéra. Usted es curioso... Usted y yo vamos a hablar... de un asunto importante.
Desde el comedor se oye la voz de m-lle Bienaime: “¿C'est vous, Viéra?”
(A media voz.) Como si ella no hubiera oído antes, que yo estaba aquí. (En voz alta.) Oui, c'est moi, bonjour, je viens. (Yéndose, arroja la rosa a la mesa, y le dice a Górskii en las puertas.) Venga pues. (Se va al comedor.)
Górskii. (Toma la rosa con lentitud y se queda inmóvil por un tiempo.) Evguénii Andréich, amigo mío, yo debo decirle con franqueza, que para usted, en cuanto me parece, ese diablito está más allá de sus fuerzas. Usted da vueltas así y asao, y ella no mueve ni un dedito, y entre tanto, el que habla demás es usted. Y por lo demás, ¿qué pues? O yo gano, tanto mejor, o yo pierdo la batalla, con una mujer así, no da vergüenza casarse. Da espanto, exactamente... pero, por otro lado, ¿para qué cuidar la libertad? Para mí y usted, ya es hora de dejar de actuar como niños. Pero espere, Evguénii Andréich, espere, usted como que se rinde pronto. (Mira la rosa.) ¿Qué significas tú, mi pobre flor? (Se voltea rápido.) ¡Ah!, mámienka con su amiga...
Se pone la rosa en el bolsillo con cuidado. Desde la sala entran la Sra. Libanóva con Varvára Ivánovna. Górskii va a su encuentro.
¡Bonjour, mesdames!, ¿cómo durmieron?
Sra. Libánova. (Le da las puntas de los dedos.) Bonjour, Eugene... hoy me duele un poco la cabeza.
Varvára Ivánovna. ¡Usted se acuesta tarde, Anna Vasílievna!
Sra. Libánova. Puede ser... ¿Y dónde está Viéra? ¿Usted la vio?
Górskii. Está en el comedor con el té, con mademoiselle Bienaime y Mújin.
Sra. Libánova. ¡Ah sí, dicen que monsieur Mújin, llegó ayer por la noche. ¿Usted lo conoce? (Se sienta.)
Górskii. Yo lo conozco hace tiempo. ¿Usted no va a tomar el té?
Sra. Libánova. No, a mí el té me da inquietud... Goodman me lo prohibió. Pero yo no lo retengo... ¡Vaya, vaya, Varvára Ivánovna!
Varvára Ivánovna se va.
¿Y usted, Górskii, se queda?
Górskii. Yo ya tomé.
Sra. Libánova. ¡Qué día hermoso! Le capitaine, ¿lo vio usted?
Górskii. No, no lo vi; él, debe ser, como de costumbre, pasea por el jardín... busca hongos.
Sra. Libánova. Imagínese, qué juego ganó ayer... Pero siéntese... ¿por qué está parado pues?
Górskii se sienta.
Yo tengo un siete de diamantes y un rey, con un as de corazón; de corazón, nótelo. Yo digo: juego; Varvára Ivánovna pasa, por supuesto; ese malvado dice también: juego; yo, siete, y él, siete, yo con diamantes; él con corazones. Yo invito, pero Varvára Ivánovna, como siempre, no tiene nada. ¿Y qué hace ella pues, cómo piensa usted?, agarra y pone una pica pequeña... Y yo tengo al mismo rey de amigo. Bueno, por supuesto, ganó él... Ah, por cierto, me hace falta mandar a la ciudad... (Llama.)
Górskii. ¿Para qué?
Dvoriétzkii. (Sale del comedor.) ¿Qué ordena?
Sra. Libánova. Manda a Gavríla a la ciudad por las minucias... ¿sabes?, las que me gustan.
Dvoriétzkii. Obedezco.
Sra. Libánova. Y dile que compre más… ¿Y qué hay con la siega?
Dvoriétzkii. Obedezco. La siega continúa.
Sra. Libánova. Bueno, está bien. ¿Y dónde está Iliá Ilích?
Dvoriétzkii. Pasea por el jardín.
Sra. Libánova. Por el jardín... Bueno, llámalo.
Dvoriétzkii. Obedezco.
Sra. Libánova. Bueno, anda.
Dvoriétzkii. Obedezco. (Se va por la puerta con cristal.)
Sra. Libánova. (Mirando sus manos.) ¿Qué vamos a hacer hoy, Eugene? ¿Usted sabe?, yo cuento con usted para todo. Invente algo divertido... Yo hoy estoy de humor. ¿Qué, ese monsieur Mújin, es un buen joven?
Górskii. Excelente.
Sra. Libánova. ¿II n'est pas genant?
Górskii. Oh, en lo absoluto.
Sra. Libánova. ¿Y al préférence, juega?
Górskii. Cómo pues...
Sra. Libánova. ¡Ah!, mais c'est tres bien... Eugene, deme el taburete para los pies.
Górskii le trae el taburete.
Merci... Y aquí viene el capitán.
Chujánov. (Entra desde el jardín, en su gorra tiene hongos.) ¡Saludos, mátushka mía!, dígnese pues, la manito.
Sra. Libánova. (Tendiéndole la mano con languidez.) ¡Saludos, malvado!
Chujánov. (Le besa la mano dos veces seguidas y se ríe.) Malvado, malvado... Y siempre pierdo yo pues. A Evguénii Andréich mi profunda...
Górskii reverencia; Chujánov lo mira y mueve la cabeza.
¡Qué bravo! Bueno, que lo mandaran al ejército, ¿Ah? Bueno, ¿cómo está usted, mi mátushka, cómo se siente? Aquí le recogí unos honguitos.
Sra. Libánova. ¿Por qué no toma una canasta, capitán? ¿Cómo se puede poner los hongos en la gorra?
Chujánov. Obedezco, mátushka, obedezco. Para su prójimo, un viejo soldado, eso, por supuesto, no es nada. Bueno, pero para usted, exactamente… Obedezco. Yo ahora los voy a echar en un platito. ¿Y qué, nuestra pajarita, Viéra Nikoláevna, se dignó a despertarse?
Sra. Libánova. (No respondiendo a Chujánov, hacia Górskii.) Dites-moi, ¿ese monsieur Mújin, es rico?
Górskii. Tiene doscientas almas.
Sra. Libánova. (Indiferente.) ¡Ah! ¿Y por qué ellos toman té tanto tiempo?
Chujánov. ¿Me ordena asaltarlos, mátushka? ¡Ordéneme!, en un instante los vencemos... Anduvimos por otras fortalezas... Nos harían falta, solamente, unos coroneles como Evguénii Andréich...
Górskii. ¿Qué coronel soy yo, Iliá Ilích? ¡Haga el favor!
Chujánov. Bueno, si no de rango, pues de figura... Yo hablo de la figura, de la figura...
Sra. Libánova. Sí, capitán... vaya... mire, qué hacen ellos, ¿tomaron el té?
Chujánov. Obedezco, mátushka… (Va.) ¡Ah!, y aquí están ellos.
Entran Viéra, Mújin, m-lle Bienaime, Varvára Ivánovna.
Mi respeto a toda la partida.
Viéra. (De pasada.) Saludos... (Corre hacia Anna Vasílievna.) Bonjour, maman.
Sra. Libánova. (Besándola en la frente.) Bonjour, petite...
Mújin reverencia.
Monsieur Mújin, tenga la bondad... Me alegra mucho, que no nos olvidó...
Mújin. Haga el favor... yo... tanto honor...
Sra. Libánova. (A Viéra.) Y tú, veo, ya corriste por el jardín, traviesa... (A Mújin.) ¿Usted no ha visto aún nuestro jardín? Il est grand. Muchas flores. A mí me gustan las flores terriblemente. Por lo demás, en nuestra casa cada uno es libre de hacer lo que quiera: liberte entiere...
Mújin. (Sonriendo.) C'est charmant.
Sra. Libánova. Esa es mi regla... No puedo soportar el egoísmo. Para los otros es pesado, y para uno mismo no es más fácil. Mire, pregúntele a ellos ahí...
Señalando a todos en general. Varvára Ivánovna sonríe dulcemente.
Mújin. (Sonriendo también.) Mi amigo Górskii ya me ha dicho. (Tras callar un poco.) ¡Qué casa hermosa tiene usted!
Sra. Libánova. Sí, es buena. C'est Rastrelli, vous sa-vez, qui en a donne la plan a mi abuelo, el conde Lubin.
Mújin. (Aprobando y con respeto.) ¡Ah!
Durante toda esta conversación, Viéra, a propósito, le daba la espalda a Górskii y se acercaba ya a m-lle Bienaime, ya a Morózova. Górskii advierte eso al instante y echa miradas furtivas a Mújin.
Sra. Libánova. (Dirigiéndose a toda la sociedad.) ¿Por qué no van a pasear?
Górskii. Sí, vamos al jardín pues.
Viéra. (Siempre sin mirarlo.) Ahora hace calor... Pronto serán las doce... Ahora es el calor más fuerte.
Sra. Libánova. Como quieran... (A Mújin.) Nosotros tenemos billar... Por lo demás, liberte entiere, ya saben... Y nosotros, ¿sabe qué, capitán?, nosotros nos vamos a sentar con las cartas... Es un poco temprano... Y pues Viéra dice, que no se puede pasear...
Chujánov. (Que no quiere jugar en absoluto.) Vamos, mátushka, vamos a... ¿Por qué es temprano? Le hace falta desquitarse.
Sra. Libánova. Y cómo... y cómo... (Con indecisión a Мújin.) Monsieur Mújin... a usted, dicen, le gusta el préférence... ¿No quiere acaso? Mademoiselle Bienaime no me sabe, y yo hace tiempo que no juego con cuatro.
Mújin. (No esperaba de ningún modo semejante invitación.) Yo... yo con gusto...
Sra. Libánova. Vous etes fort aimable... Por lo demás, no ande con ceremonias, por favor.
Mújin. No... Me alegro mucho.
Sra. Libánova. Bueno, entonces vamos... iremos a la sala... Allí la mesa ya está lista... ¡Monsieur Mújin!, donnez-moi votre bras... (Se levanta.) Y usted, Górskii, invéntenos algo para el día de hoy... ¿oye? Viéra lo va a ayudar... (Va a la sala.)
Chujánov. (Acercándose a Varvára Ivánovna.) Permítame, a mí también, ofrecerle mis servicios...
Varvára Ivánovna. (Le mete el brazo con fastidio.) Bueno, usted ya...
Ambas parejas van al salón con lentitud. En las puertas, Anna Vasílievna se voltea y le dice a m-lle Bienaime: "Ne termez pas la porte..." M-lle Bienaime regresa con una sonrisa, se sienta en primer plano a la izquierda, y con aire preocupado se encarga del cañamazo. Viéra, que por cierto tiempo estuvo parada indecisa -quedarse acaso o ir tras su madre-, de pronto va hacia el fortepiano, se sienta y empieza a tocar. Górskii se acerca a ella con lentitud.
Górskii. (Después de un breve silencio.) ¿Qué es eso que toca, Viéra Nikoláevna?
Viéra. (Sin mirarlo.) La sonata de Clementi.
Górskii. ¡Dios mío, qué antigüedad!
Viéra. Sí, es una cosa muy vieja y muy aburrida.
Górskii. ¿Y por qué la escogió? ¡Y qué fantasía es esa, de sentarse de pronto al fortepiano! ¿Acaso olvidó, que me prometió ir conmigo al jardín?
Viéra. Yo me senté al fortepiano, precisamente, para no ir a pasear con usted.
Górskii. ¡Por qué de pronto esa descortesía! ¿Qué capricho es ese?
M-lle Bienaime. Се n'est pas joli ce que vous jouez la, Viéra.
Viéra. (En voz alta.) Je crois bien... (A Górskii, continúa tocando.) Escuche, Górskii, yo no sé, y no me gusta coquetear y ser caprichosa. Yo soy demasiado orgullosa para eso. Usted mismo sabe, que yo ahora no soy caprichosa... Pero yo estoy enojada con usted.
Górskii. ¿Por qué?
Viéra. Usted me ha insultado.
Górskii. ¿Yo la insulté?
Viéra. (Continúa tocando la sonata.) Usted, por lo menos, hubiera escogido un mejor confidente. Yo no alcancé a entrar al comedor, cuando ya ese monsieur... monsieur... ¿cómo se llama?.. Monsieur Mújin me observó que mi rosa, probablemente, había llegado por fin a su destino... Después, viendo que yo no respondía a su gentileza, de pronto se puso a elogiarlo a usted, y de un modo tan embarazoso... ¿Por qué los amigos elogian siempre, de una forma tan embarazosa?.. Y en general, se conducía con tanto misterio, callaba con tanta modestia, me miraba con un respeto y una lástima… Yo no lo puedo soportar.
Górskii. ¿Y qué usted concluye de eso?
Viéra. Yo concluyo, que monsieur Mújin… a l'honneur de recevoir vos confidences (Golpea las teclas fuertemente.)
Górskii. ¿Por qué piensa?.. ¿Y qué pude decirle yo..?
Viéra. Yo no sé, qué pudo decirle usted... Que usted se arrastra por mí, que se ríe de mí, que se dispone a marearme la cabeza, que yo lo mimo mucho. (M-lle Bienaime tose secamente.) ¿Qu'est ce que vous avez, bonne amie? ¿Pourquoi toussez vous?
M-lle Bienaime. Rien, rien... je ne sais pas... cette so-nate doit etre bien difficile.
Viéra. (A media voz.) Cómo me cansa ella... (A Górskii.). ¿Y por qué calla usted?
Górskii. ¿Yo?, ¿por qué callo?, yo mismo me pregunto: ¿soy acaso culpable ante usted? Exacto, lo confieso: soy culpable. Mi lengua es mi enemigo. Pero escuche, Viéra Nikoláevna... ¿Recuerda?, yo ayer le leí a Liérmontov; ¿recuerda, donde él habla de ese corazón, en el que el amor luchó con la discordia tan locamente..?
Viéra levanta sus ojos suavemente.
Bueno, bueno, yo no puedo continuar, cuando usted me mira así...
Viéra. (Se encoge de hombros). Basta...
Górskii. Escuche... Le confieso con franqueza: yo no quisiera, a mí me da miedo entregarme a ese encanto involuntario, que yo, finalmente, no puedo no reconocer… Yo trato de librarme de él por todos los medios, con palabras, burlas, cuentos... Yo parloteo como una doncella vieja, como un niño...
Viéra. ¿Y para qué eso? ¿Por qué no quedar como buenos amigos?.. ¿Acaso las relaciones entre nosotros, no pueden ser simples y naturales?
Górskii. Simples y naturales... Fácil de decir... (Resueltamente.) Bueno sí, yo soy culpable ante usted, y le pido perdón: yo fui y soy pícaro... pero le puedo asegurar, Viéra Nikoláevna, que cualquiera que sean mis suposiciones y decisiones en su ausencia, a las primeras palabras suyas, todas esas intenciones vuelan como el humo, y yo siento... usted se va a reír... yo siento que estoy en su poder...
Viéra. (Dejando de tocar un poco.) Usted me dijo lo mismo ayer por la noche...
Górskii. Porque yo ayer sentía lo mismo. Yo, resueltamente, me niego a ser astuto con usted.
Viéra. (Con una sonrisa.) ¡Ah, ve!
Górskii. Yo acudo a usted misma: usted debe saber, finalmente, que yo no la engaño cuando le digo...
Viéra. (Interrumpiéndolo.) Que yo le gusto... ¡cómo no!
Górskii. (Con fastidio.) ¡Usted está hoy inaccesible y desconfiada, como un usurero de setenta años! (Él se voltea, ambos callan cierto tiempo.)
Viéra. (Apenas continúa tocando.) ¿Quiere, que le toque su mazúrka7 favorita?
Górskii. ¡Viéra Nikoláevna, no me torture!.. Le juro a usted...
Viéra. (Contenta.) Bueno, basta, deme la mano. Está perdonado.
Górskii le estrecha la mano de modo apresurado.
Nous faisons la paix, bonne amie.
M-lle Bienaime. (Con asombro fingido.) ¡Ah! ¿Est-ce que vous vous etiez quereiles?
Viéra. (A media voz.) ¡Oh, inocencia! (En voz alta.) Oui, un peu. (A Górskii.) ¿Bueno, quiere que le toque su mazúrka?
Górskii. No, esa mazúrka es demasiado triste... En ella se oye como una amarga intención de lejanía; y para mí, le aseguro, para mí está bien aquí. Tóqueme algo alegre, claro, vivo, que juegue y brille al sol, como un pececito en un riachuelo...
Viéra se queda pensativa por un instante, y empieza a tocar un vals brillante.
¡Dios mío!, ¡qué bonita está usted! Usted misma se parece a ese pececito.
Viéra. (Continúa tocando.) Yo veo desde aquí a monsieur Mújin. ¡Qué contento debe estar! Estoy segura de que él, a cada rato, se queda sin remesa.
Górskii. No le es nada.
Viéra. (Después de un breve silencio, y continúa aún tocando.) Dígame, ¿por qué Stanítzin nunca dice del todo sus pensamientos?
Górskii. Se ve, que tiene muchos.
Viéra. Usted es malo. Él no es tonto: es un hombre muy bueno. Yo lo quiero.
Górskii. Es un hombre excelente, respetable.
Viéra. Sí... ¿Pero por qué la ropa siempre le queda tan mal?, ¿como que nueva, recién del sastre?
Górskii no le responde y la mira callado.
¿En qué piensa usted?
Górskii. Yo pensaba... Me imaginaba una habitación pequeña, pero no en nuestra nieve, sino en algún lugar del sur, en un país lejano, hermoso...
Viéra. Y usted decía ahora, que no quería la lejanía.
Górskii. No la quería solo... Alrededor ni una persona conocida, se oyen a cada rato, en la calle, los sonidos de una lengua ajena, por la ventana abierta sopla la frescura de un mar cercano… una cortina blanca ondea suavemente, como una vela, una puerta abierta al jardín, y en el umbral, bajo la leve sombra de una hiedra...
Viéra. (Con turbación.) Oh sí, usted es un poeta...
Górskii. Sálveme Dios. Yo sólo recuerdo.
Viéra. ¿Usted recuerda?
Górskii. La naturaleza, sí, lo restante... todo lo que usted no me dejó decir, es un sueño.
Viéra. Los sueños no se cumplen... en la realidad.
Górskii. ¿Quién le dijo eso? ¿Mademoiselle Bienaime? Déjele, por Dios, todas esas sentencias de sabiduría femenina, a las doncellas de cuarenticinco años y a los jóvenes linfáticos. La realidad... ¿pero qué imaginación, la más ardiente, la más artística, se equipara a la realidad, a la naturaleza? Haga el favor… cualquier cangrejo marino es cien mil veces más fantástico, que todos los cuentos de Hoffmann; ¿y qué obra poética de un genio se puede comparar... bueno, con ese roble pues, que crece en su jardín, en la colina?
Viéra. ¡Yo estoy dispuesta a creerle, Górskii!
Górskii. Créame, la felicidad más exagerada, más exaltada, inventada por la imaginación caprichosa de un hombre ocioso, no se puede comparar con esa beatitud, que le es asequible realmente... si sólo se mantiene saludable, si el destino no lo odia, si su posesión no es vendida en una subasta del comercio, y si, finalmente, él mismo sabe lo que quiere.
Viéra. ¡Solamente!
Górskii. Pero es que nosotros... pero es que yo estoy saludable, soy joven, mi posesión no está empeñada...
Viéra. Pero usted no sabe, lo que quiere...
Górskii. (Resueltamente.) Lo sé.
Viéra. (De pronto lo mira.) Bueno, dígamelo, si lo sabe.
Górskii. Dígnese. Yo quiero que usted...
Sirviente. (Entra desde el comedor e informa.) Vladímir Petróvich Stanítzin.
Viéra. (Levantándose del asiento con rapidez.) ¡Yo no lo puedo ver ahora... Górskii!, yo, me parece, que lo entendí, finalmente... Recíbalo en mi lugar… en mi lugar, ¿oye?.. puisque tout est arrange... (Se va a la sala.)
M-lle Bienaime. ¿Eh bien? ¿Elle s'en va?
Górskii. (No sin turbación.) Oui... Elle est allee voir...
M-lle Bienaime. (Moviendo la cabeza.) ¡Quelle petite folle! (Se levanta y se va a la sala también.)
Górskii. (Después de un breve silencio.) ¿Qué es esto yo? ¿Casado?.. "Yo, me parece, que lo entendí, finalmente”... Mira, donde ella aprieta... "puisque tout est arrange". ¡Y yo no la puedo soportar en este instante! ¡Ah, soy un jactancioso, un jactancioso! Delante de Mújin qué valiente fui, y ahora pues… ¡A qué fantasías poéticas me entregué! Sólo faltaban las palabras comunes: pregúntele a mámienka... ¡!.. ¡qué situación tonta! De una u otra forma, hay que terminar el asunto. ¡A tiempo llegó Stanítzin! ¡Oh, destino, destino!, dime por bondad, ¿te ríes de mí, o qué, o me ayudas? Y veremos pues... Pero es bueno mi amiguito, Iván Pávlich...
Entra Stanítzin. Está vestido como un petimetre. En su mano derecha tiene un sombrero, en la izquierda una canasta envuelta en papel. Su rostro expresa inquietud. Al ver a Górskii, se detiene de repente y se sonroja rápido. Górskii va a su encuentro, con el aire más cariñoso y las manos tendidas.
¡Saludos, Vladímir Petróvich!, cuanto me alegra verlo...
Stanítzin. Y yo... estoy muy... ¿Usted, cómo... hace tiempo que está aquí?
Górskii. ¡Desde el día de ayer, Vladímir Petróvich!
Stanítzin. ¿Todos están saludables?
Górskii. Todos, resueltamente todos, Vladímir Petróvich, empezando por Anna Vasílievna, y terminando por el perrito, que usted le regaló a Viéra Nikoláevna... Bueno, ¿y usted, cómo anda?
Stanítzin. Yo... Yo, gracias a Dios... ¿Dónde están ellos pues?
Górskii. ¡En la sala!.. juegan a las cartas.
Stanítzin. Tan temprano... ¿y usted?
Górskii. Y yo aquí, como ve. ¿Qué es lo que trajo?, ¿un presente, seguro?
Stanítzin. Sí, Viéra Nikoláevna me decía hace poco... yo mandé a Moscú por unos caramelos...
Górskii. ¿A Moscú?
Stanítzin. Sí, allá es mejor. ¿Y dónde está Viéra Nikoláevna.? (Pone el sombrero y los caramelos en la mesa.)
Górskii. Ella, parece, que está en la sala... mira, cómo juegan al préférence.
Stanítzin. (Echando miradas temerosas a la sala.) ¿Quién es esa nueva cara?
Górskii. ¿Y no lo reconoció? Mújin, Iván Pávlich.
Stanítzin. Ah sí... (Cambia de pie en el lugar.)
Górskii. ¿Usted no quiere entrar a la sala?.. ¡Usted, como que tiene inquietud, Vladímir Petróvich!
Stanítzin. No, no es nada... el camino, ¿sabe?, el polvo... Bueno, la cabeza también...
En la sala se oye una explosión de risa general... Todos gritan: “¡Sin cuatros, sin cuatros!” Viéra dice: “¡Lo felicito, monsieur Mújin!”
(Se ríe y echa una mirada a la sala de nuevo.) ¿Qué es eso ahí... alguien se quedó sin remesa?
Górskii. ¿Y por qué no entra pues?..
Stanítzin. Para decirle la verdad. Górskii... yo quisiera hablar un poco con Viéra Nikoláevna.
Górskii. ¿A solas?
Stanítzin. (De modo indeciso.) Sí, sólo dos palabras. Yo quisiera... ahora... si no durante el día... Usted mismo sabe...
Górskii. Bueno, ¿qué pues?, entre y dígale... Y tome sus caramelos...
Stanítzin. Y eso es verdad.
Se acerca a la puerta y no se decide aún a entrar, cuando de pronto se oye la voz de Anna Vasílievna: "C'est vous, Woldemar? Bonjour... Entrez dons..."
Górskii. (Solo.) Yo no estoy satisfecho conmigo... Empiezo a aburrirme y enojarme. ¡Dios mío, Dios mío!, ¿pero qué es lo que me sucede? ¿Por qué me sube la bilis y me llega a la garganta?, ¿por qué de pronto me siento contento, de un modo tan desagradable?, ¿por qué estoy dispuesto, como un escolar, a hacerle travesuras a todos, a todos en el mundo, y a mí mismo, entre tanto? ¿Si yo no estoy enamorado, qué gusto tengo en burlarme de mí y de los otros? ¿Casarme? No, yo no me caso, digan lo que sea; en particular así, bajo el cuchillo8. ¿Y si es así, será posible, que yo no pueda sacrificar mi amor propio? Bueno, que triunfe ella, bueno, que vaya con Dios. (Se acerca al billar chino y empieza a golpear las bolas.) Puede ser, será mejor para mí, si ella se casa con... Bueno, no, eso son tonterías... Yo entonces no la voy a ver, como la viga en mi ojo... (Continúa golpeando las bolas.) Voy a adivinar... Bueno, si yo caigo... ¡, Dios mío, qué clase de chiquillada! (Arroja el taco, se acerca a la mesa y toma el libro.) ¿Qué es esto? Una novela rusa... Mira cómo. Veremos, qué dice la novela rusa. (Abre el libro al azar y lee.) “¿Y qué pues?, no pasaron ni cinco años después del matrimonio, cuando ya la cautivadora, viva María se convirtió en la robusta, gritona María Bogdánova... ¿A dónde se fueron todas sus aspiraciones, sus sueños..?” ¡Oh, señores autores, qué niños son ustedes! ¡Miren qué los desconsuela! ¿Acaso es asombroso, que la persona envejece, engorda y se embrutece? Y miren lo que espanta: los sueños y las aspiraciones son los mismos, los ojos no alcanzan a apagarse, el bozo aún no se va de las mejillas, y ya el esposo no sabe dónde meterse... ¡Y qué!, al hombre honrado, ya antes de la boda, le da calentura… Y ellos, parece que vienen aquí… Hay que salvarse… ¡, Dios mío!, como en El casamiento de Gógol... Pero yo, por lo menos, no saltaré por la ventana, sino saldré al jardín muy tranquilo, por la puerta... ¡Puesto de honor, señor Stanítzin!
Al mismo tiempo que él se marcha apresurado, desde la sala entran Viéra y Stanítzin.
Viéra. (A Stanítzin.) ¿Qué es eso, parece, que Górskii corrió al jardín?
Stanítzin. Sí... Yo... lo confieso... le dije, que deseaba, con usted, a solas... sólo dos palabras...
Viéra. ¡Ah!, usted le dijo... ¿Y él qué le..?
Stanítzin. Él... nada...
Viéra. ¡Qué preparativos!.. Usted me asusta... Yo ya, su esquela de ayer, no la entendí del todo...
Stanítzin. El asunto está, mire en qué, Viéra Nikoláevna... Por Dios, perdóneme mi atrevimiento... Yo sé... Yo no merezco...
Viéra se acerca a la ventana con lentitud, él va tras ella.
El asunto está, mire en qué... Yo... yo me dispongo a pedir su mano...
Viéra calla y baja la cabeza suavemente.
¡Dios mío!, yo sé demasiado bien, que no la merezco... por mi parte eso, por supuesto... pero usted me conoce hace tiempo... Si la ciega tradición... la realización del mínimo deseo, si todo eso... Yo le ruego que me perdone mi valentía... Yo siento.
Él se detiene. Viéra, callada, le tiende la mano.
¿Será posible, será posible que yo no pueda esperar?
Viéra. (Quedamente.) Usted no me entendió, Vladímir Petróvich.
Stanítzin. En ese caso... por supuesto... perdóneme... Pero permítame rogarle sobre algo, Viéra Nikoláevna... no me prive de la felicidad de verla, siquiera, de vez en cuando... Yo le aseguro... yo no la voy a molestar... Si incluso está con otro... Usted... con el elegido... Yo le aseguro... yo siempre me voy a alegrar de su alegría... Yo sé mi precio... ¿a dónde yo?, por supuesto... Usted, por supuesto, tiene razón...
Viéra. Déjeme pensarlo, Vladímir Petróvich.
Stanítzin. ¿Cómo?
Viéra. Sí, déjeme ahora... por un tiempo breve... yo lo veré… hablaré con usted...
Stanítzin. Yo me someteré sin reproche, ¿sabe?, a lo que usted decida. (Reverencia, se va a la sala y cierra la puerta tras de sí.)
Viéra. (Lo mira por detrás, se acerca a la puerta del jardín y llama.) ¡Górskii! ¡Venga acá, Górskii!
Ella va hacia la avant-scène. A los pocos instantes entra Górskii.
Górskii. ¿Usted me llamaba?
Viéra. ¿Usted sabía, que Stanítzin quería hablar a solas conmigo?
Górskii. Sí, él me dijo.
Viéra. ¿Usted sabía para qué?
Górskii. Seguro, no.
Viéra. Él pide mi mano.
Górskii. ¿Y qué usted le respondió?
Viéra. ¿Yo?, nada.
Górskii. ¿Usted no lo rechazó?
Viéra. Yo le pedí esperar.
Górskii. ¿Para qué?
Viéra. ¿Como para qué, Górskii? ¿Qué le pasa? ¿Por qué mira tan fríamente, habla de modo tan indiferente?, ¿qué clase de sonrisa tiene en los labios? Ve, yo vengo a usted por un consejo, yo le tiendo la mano, y usted...
Górskii. Discúlpeme. Viéra Nikoláevna... A mí me da, a veces, cierto aturdimiento... Yo estuve paseando al sol sin sombrero... No se ría... En verdad, puede ser, por eso... Así, Stanítzin pide su mano, y usted me pide un consejo... y yo le pregunto: ¿cuál es su opinión de la vida familiar en general? Ésta se puede comparar con la leche... pero la leche se agria pronto.
Viéra. ¡Górskii! Yo no lo entiendo. Hace un cuarto de hora, en este lugar (Señalando el fortepiano.), ¿recuerda?, ¿usted, acaso habló así conmigo? ¿acaso yo lo dejé así? ¿Qué le pasa, se está riendo de mí? ¿Górskii, será posible que yo merezca esto?
Górskii. (Con amargura.) Yo le aseguro, que no pienso reírme.
Viéra. ¿Cómo me puedo explicar, este cambio repentino? ¿Por qué yo no lo puedo entender? ¿Por qué yo, por el contrario..? Dígame, dígame usted mismo, ¿acaso yo no fui franca siempre con usted, como una hermana?
Górskii. (No sin turbación.) ¡Viéra Nikoláevna!, yo...
Viéra. O, puede ser... mire, lo que me obliga a decirle... ¿puede ser, Stanítzin le provoca... cómo decirlo... celos, o qué?
Górskii. ¿Y por qué no pues?
Viéra. Oh, no finja... Usted lo sabe demasiado bien... Y además, ¿qué digo yo? ¿Acaso yo sé, qué piensa usted de mí, qué siente usted por mí..?
Górskii. ¡Viéra Nikolaevna!, ¿sabe qué? En verdad, es mejor no tratarnos por un tiempo...
Viéra. Górskii... ¿qué es eso?
Górskii. Bromas aparte... Nuestras relaciones son tan extrañas... Estamos condenados a no entendernos el uno al otro, y a torturarnos el uno al otro...
Viéra. Yo no le impido a nadie torturarme, pero no quisiera que se rieran de mí... No entenderse el uno al otro... ¿Por qué?, ¿acaso yo no lo miro directo a los ojos?, ¿acaso a mí me gustan los malentendidos?, ¿acaso yo no digo todo lo que pienso?, ¿acaso yo soy desconfiada? ¡Górskii, si tenemos que separarnos, vamos a separarnos, por lo menos, como buenos amigos!
Górskii. Si nos separamos, usted no me va a recordar ni una vez.
Viéra. ¡Górskii!, usted como que desea, que yo... Usted quiere reconocimiento de mí... En verdad. Pero yo no estoy acostumbrada a mentir, ni a exagerar. Sí, usted me gusta, yo siento atracción hacia usted, a pesar de sus extrañezas, y... y solamente. Ese sentimiento amistoso puede desarrollarse, puede detenerse. Eso depende de usted... Mire lo que me sucede... Pero usted, dígame, ¿qué quiere, que piensa? ¿Será posible que no entienda, que yo no le pregunto por curiosidad?, que me hace falta saber, finalmente... (Ella se detiene y se voltea.)
Górskii. ¡Viéra Nikoláevna!, escúcheme. Usted ha sido creada por Dios felizmente. Usted, desde la infancia, vive y respira con libertad... La verdad para su alma, es como la luz para los ojos, como el aire para el pecho... Usted mira alrededor con valentía, y va adelante con valentía, aunque no conoce la vida, porque usted no tiene, ni tendrá obstáculos en la vida. Pero no le exija, por Dios, esa misma valentía a un hombre oscuro y enredado como yo, a un hombre que es muy culpable ante sí mismo, que pecó y peca sin cesar... No me quite mi última palabra decisiva, que no le voy a decir en voz alta a usted, acaso, precisamente, porque yo me dije mil veces esa palabra a solas... Le repito: sea indulgente conmigo, o déjeme por completo, espere un poco más...
Viéra. ¡Górskii.!, ¿acaso yo puedo creerle? Dígame, yo le creeré, ¿acaso yo puedo creerle, finalmente?
Górskii. (Con un movimiento involuntario.) ¡Y Dios sabe!
Viéra. (Tras callar un poco.) Piense y deme otra respuesta.
Górskii. Yo siempre respondo mejor, cuando no pienso.
Viéra. Usted es caprichoso, como una muchacha pequeña.
Górskii. Y usted es terriblemente perspicaz... Pero discúlpeme... Yo, parece que le dije: “espere”. Esa palabra tonta, imperdonable, simplemente, se me salió de la boca...
Viéra. (Sonrojada rápidamente.) ¿De veras? Gracias por la franqueza.
Górskii quiere responderle, pero la puerta de la sala se abre de pronto, y entra toda la sociedad, excepto M-lle Bienaime. Anna Vasílievna, con una disposición de espíritu agradable y jocunda, Mújin la lleva del brazo. Stanítzin lanza una mirada rápida a Viéra y Górskii.
Sra. Libánova. Imagínese, Eugene, arruinamos por completo al señor Mújin... En verdad. ¡Pero qué jugador ardiente es!
Górskii. ¡Ah, y yo no lo sabía!
Sra. Libánova. ¡C'est incroyable! (Se sienta.) A cada paso hace remesa... ¡Y ahora se puede pasear pues!
Mújin. (Acercándose a la ventana y con fastidio contenido.) Apenas, empieza a gotear lluvia.
Varvára Ivánovna. El barómetro bajó mucho hoy... (Se sienta un poco detrás de la Sra. Libánova.)
Sra. Libánova. ¿De veras?, ¡comme c'est contra-riant! Eh bien, hay que inventar algo... Eugene, y usted, Valdemar, es asunto vuestro.
Chujánov. ¿A nadie le place, batirse conmigo en el billar?
Nadie le responde.
¿Y si no, picar así, tomarse una copita de vodka?
De nuevo silencio.
Bueno, entonces iré yo solo, tomaré a la salud de toda la honrosa partida...
Se va al comedor. Entre tanto, Stanítzin se acercó a Viéra, pero no se atreve a hablar con ella... Górskii está parado a un costado. Mújin examina unos dibujos en la mesa.
Sra. Libánova. ¿Qué tienen, señores? Górskii, empiece algo.
Górskii. ¿Quieren que les lea la Introducción a la historia natural, de Buffon?
Sra. Libánova. Bueno, basta.
Górskii. Entonces, vamos a jugar a los petits jeux innocents.
Sra. Libánova. Lo que quiera... por lo demás, yo no digo esto por mí... A mí, debe ser, el gerente me espera ya en la oficina... ¿Vino él, Varvára Ivánovna?
Varvára Ivánovna. Probablemente, vino.
Sra. Libánova. Averigüe, alma mía.
Varvára Ivánovna se levanta y se va.
¡Viéra!, ven aquí pues... ¿Qué tú hoy, como que estás pálida? ¿Tú estás saludable?
Viéra. Yo estoy saludable.
Sra. Libánova. Algo pues. Ah sí, Valdemar, no se olvide de recordarme... Yo le daré una comisión para la ciudad. (A Viéra.) ¡Il est si complaisant!
Viéra. Il est plus que cela, maman, il est bon.
Stanítzin sonríe triunfante.
Sra. Libánova. ¿Qué es lo que examina con tal atención, monsieur Mújin?
Mújin. Vistas de Italia.
Sra. Libánova. Ah, sí... yo las traje... un souvenir... Yo amo Italia... Yo fui feliz allá... (Suspira.)
Varvára Ivánovna. (Entrando.) ¡Vino Fedót, Anna Vasílievna!
Sra. Libánova. (Levantándose.) ¡Ah, vino! (A Mújin.) Usted la va a encontrar... ahí hay una vista del Lago-Maggiore... ¡Un encanto!.. (A Varvára Ivánovna.) ¿Y el prefecto, vino?
Varvára Ivánovna. Vino el prefecto.
Sra. Libánova. Bueno, adiós, mes enfants... Eugene, se los encargo... Amusez-vous... Aquí viene en su ayuda mademoiselle Bienaime.
Desde la sala entra m-lle Bienaime.
¡Vamos, Varvára Ivánovna!..
Se va con Morózova a la sala. Reina un breve silencio.
M-lle Bienaime. (Con vocecita seca.) ¿Eh bien, que ferons nous?
Mújin. Sí, ¿qué vamos a hacer?
Stanítzin. Esa es la cuestión.
Górskii. ¡Hamlet dijo eso antes que tú, Vladímir Petróvich!.. (Reviviendo de pronto.) Bueno, por lo demás, vamos, vamos… ¿Ven, qué lluvia se soltó..? ¿Qué, de veras, estar sentados con los brazos cruzados?
Stanítzin. Yo estoy dispuesto... ¿Y usted, Viéra Nikoláevna?
Viéra. (Que todo este tiempo se mantuvo casi inmóvil.) Yo también... estoy dispuesta.
Stanítzin. ¡Bueno, y excelente!
Mújin. ¿Inventaste algo, Evguénii Andréich?
Górskii. ¡Inventé, Iván Pávlich! Miren qué haremos. Nos vamos a sentar todos a la mesa...
M-lle Bienaime. ¡Oh, ce sera charmant!
Górskii. ¿N'est-ce pas? Escribimos todos nuestros nombres en unos trozos de papel, y al que le salga primero, ese tendrá que contar algún cuento impropio y fantástico de sí mismo, de otro, de lo que le plazca... Liberte entiere, como dice Anna Vasílievna.
Stanítzin. Bien, bien.
M-lle Bienaime. ¡Ah!, tres bien, tres bien.
Mújin. ¿Pero, cuál cuento pues?..
Górskii. Cual se le ocurra... Bueno, vamos a sentarnos, a sentarnos... ¿Le place, Viéra Nikoláevna?
Viéra. ¿Y por qué no?
Se sienta. Górskii se sienta a su mano derecha. Mújin a la izquierda, Stanítzin al lado de Mújin, m-lle Bienaime junto a Górskii.
Górskii. Aquí está una hoja de papel (Rompe la hoja.), y aquí nuestros nombres. (Escribe los nombres y enrolla los billetes.)
Mújin. (A Viéra.) Usted está algo pensativa hoy, Viéra Nikoláevna.
Viéra. ¿Y por qué usted sabe, que yo no siempre soy así? Usted me ve por primera vez.
Mújin. (Sonriendo con malicia.) Oh, no, cómo puede ser, que usted siempre sea así...
Viéra. (Con ligero fastidio.) ¿De veras? (A Stanítzin.) ¡Sus caramelos son muy buenos, Valdemar!
Stanítzin. Me alegro mucho... de servirle...
Górskii. ¡Oh, adulón de las damas! (Mezcla los billetes.) Está listo. ¿Quién va a sacar pues?.. ¿Mademoiselle Bienaime, voulez-vous?
M-lle Bienaime. Mais tres volontiers (Con remilgo toma un billete y lee.) Señor Stanítzin.
Górskii. (A Stanítzin.) ¡Bueno, cuéntenos algo, Vladímir Petróvich!
Stanítzin. ¿Y qué quiere usted, que yo cuente?.. Yo, en verdad, no sé...
Górskii. Algo. Usted puede decir todo, lo que le venga a la cabeza.
Stanítzin. Pero a mí, no me viene nada a la cabeza.
Górskii. Bueno, esto, se entiende, es desagradable.
Viéra. Yo estoy de acuerdo con Stanítzin... ¿Cómo se puede así, de pronto..?
Mújin. (Apresurado.) Y yo soy de la misma opinión.
Stanítzin. Y denos el ejemplo, Evguénii Andréich, empiece usted.
Viéra. Sí, empiece.
Mújin. Empieza, empieza.
M-lle Bienaime. Oui, comm'encez, monsieur Górskii.
Górskii. Ustedes quieren seguro... Dígnense... Empiezo. Hum... (Tose.)
M-lle Bienaime. Ji, ji, nous allons rire.
Górskii. Ne riez pas d'avance. Así, escuchen. Un barón...
Mújin. ¿Tenía una fantasía?
Górskii. No, una hija.
Mújin. Bueno, es casi lo mismo.
Górskii. ¡Dios, qué agudo estás hoy!.. Así, un barón tenía una hija. Era muy buena moza, su padre la quería mucho, ella quería mucho a su padre, todo iba excelente; pero de pronto, un buen día, la baronesa se convenció de que la vida, en esencia, era una cosa muy infame; se sintió muy aburrida, rompió a llorar y se acostó en la cama... La kammerfrau9 corrió enseguida por el padre; el padre vino, la miró, movió la cabeza, dijo en alemán: m-m-m-m-m, salió con pasos regulares, llamó a su secretario, y le dictó tres cartas de invitación para tres jóvenes nobles, de procedencia antigua y apariencia agradable. Al otro día mismo ellos, vestidos de veinticinco alfileres, por turno, chocaron los tacones ante el barón; y la joven baronesa sonrió como antes, aún mejor que antes, y examinó a sus novios con atención, ya que el barón era diplomático, y los jóvenes eran los novios.
Mújin. ¡Qué largo lo cuentas!
Górskii. ¡Amable amigo mío, cuál es la desgracia!
M-lle Bienaime. Mais oui, laissez-le faire.
Viéra. (Mirando a Górskii atentamente.) Continúe.
Górskii. Así, la baronesa tenía tres novios. ¿A quién elegir? Esa pregunta, mejor que todo, la responde el corazón... Pero cuando el corazón... ¿Pero cuando el corazón vacila?.. La baronesa era una señorita inteligente y de vista larga... Ella decidió someter a los novios a una prueba... Una vez, quedándose a solas con uno de ellos, un rubio, de pronto, se dirigió a él con una pregunta: dígame, ¿que está usted dispuesto a hacer, para demostrarme su amor? El rubio, de mucha sangre fría por naturaleza, pero con todo, un hombre inclinado a la exageración, le respondió con ardor: yo estoy dispuesto, a una orden suya, a tirarme desde el campanario más alto del mundo. La baronesa sonrió afablemente, y al otro día mismo, le hizo la misma pregunta al otro novio, un castaño, informándole previamente la respuesta del rubio. El castaño respondió, exactamente, con las mismas palabras, si es posible, con mayor ardor. La baronesa se dirigió, finalmente, al tercero, un trigueño. El trigueño calló un poco, por decencia, y respondió que estaba de acuerdo con todo lo demás, y hasta con gusto, pero que no se tiraría de la torre, por una razón muy sencilla: después de romperse la cabeza, era difícil pedir la mano y el corazón de cualquiera que fuese. La baronesa se enojó con el trigueño, pero ya que él... acaso... le gustaba un poquito más que los otros dos, empezó a asediarlo: prométame, le decía, por lo menos... yo no le voy a exigir un cumplimiento en la práctica... Pero el trigueño, como hombre de vergüenza, no le quiso prometer nada...
Viéra. ¡Usted no está de humor hoy, monsieur Górskii!
M-lle Bienaime. Non, il n'est pas en veine, c'est vrai. No está bien, no está bien.
Stanítzin. Otro cuento, otro.
Górskii. (No sin fastidio.) Yo no estoy en vena hoy… no todos los días pues... (A Viéra.) Y usted, por ejemplo, hoy... ¡Otro asunto ayer pues!
Viéra. ¿Qué quiere decir?
Se levanta, todos se levantan.
Górskii. (Dirigiéndose a Stanítzin.) ¡Usted no se puede imaginar, Vladímir Petróvich, qué noche asombrosa pasamos ayer! Lástima, que usted no estuvo, Vladímir Petróvich... Aquí mademoiselle Bienaime fue testigo. Viéra Nikoláevna y yo, los dos, montamos en bote por el estanque, más de una hora... Viéra Nikoláevna se admiró tanto con la noche, se sentía tan bien... Ella así, parecía que volaba al cielo... Las lágrimas le brotaban de los ojos... ¡Yo nunca olvidaré esa noche, Vladímir Petróvich!
Stanítzin. (Abatido.) Yo le creo.
Viéra. (Que todo el tiempo no le quitaba el ojo a Górskii.). Sí, estuvimos bastante ridículos ayer... Y usted también voló al cielo, como dice... ¡Imagínense, señores, Górskii me leyó ayer unos versos, ¡y todos así melosos, pensativos!
Stanítzin. ¿Él le leyó unos versos?
Viéra. ¿Y cómo..?, y con una voz tan extraña... como enferma, con unos suspiros...
Górskii. ¡Usted misma me exigió eso, Viéra Nikoláevna!.. Usted sabe, que por mi propio gusto, yo rara vez me entrego a los sentimientos elevados...
Viéra. Tanto más me asombró usted ayer. Yo sé, que a usted le es mucho más agradable reírse que... que suspirar, por ejemplo, o... soñar.
Górskii. ¡Oh, con eso yo estoy de acuerdo! Y de veras, nómbreme una cosa, que no sea digna de risa. ¿La amistad, la felicidad familiar, el amor?.. Pero si todas esas gentilezas son buenas, solamente, como un descanso momentáneo, ¡y ahí que Dios dé pies10! Un hombre honrado no debe permitirse atascarse en esos plumones11...
Mújin, con una sonrisa, echa miradas ya a Viéra, ya a Stanítzin; Viéra advierte eso.
Viéra. (Con lentitud.) ¡Cómo se ve, que usted habla ahora de alma!.. ¿Pero para qué se acalora? Nadie duda de eso, de que usted siempre pensó así.
Górskii. (Riendo forzadamente.) ¿Como si? Ayer usted era de otra opinión.
Viéra. ¿Por qué lo sabe? No, bromas aparte. ¡Górskii!, permítame darle un consejo amistoso... No caiga nunca en la sensibilidad... Ésta no se le pega en absoluto... Usted es tan inteligente... Usted se las arregla sin ella... Ah sí, parece, que la lluvia pasó... ¡Miren, qué sol maravilloso! Vamos pues al jardín… ¡Stanítzin!, deme su brazo. (Se voltea rápido y toma el brazo de Stanítzin.) ¿Bonne amie, venez-vous?
M-lle Bienaime. Oui, oui, allez toujours... (Toma el sombrero del fortepiano y se lo pone.)
Viéra. (A los restantes.) ¿Y ustedes, señores, no vienen?.. ¡A correr, Stanítzin, a correr!
Stanítzin (Corriendo con Viéra al jardín.) Dígnese, Viéra Nikoláevna, dígnese.
M-lle Bienaime. Monsieur Мújin, ¿voulez-vous me don-ner votre bras?
Mújin. Avec plaisir, mademoiselle... (A Górskii.) ¡Adiós, trigueño!
(Se va con m-lle Bienaime.)
Górskii. (Solo, se acerca a la ventana.) ¡Cómo corre!.. y no se voltea a mirar ni una vez... ¡Y Stanítzin pues, Stanítzin tropieza de alegría! (Se encoge de un hombro.) ¡El pobre!, no entiende su situación... Basta, ¿acaso es un pobre? Yo, parece, que fui demasiado lejos. ¿Y qué me mandas a hacer con la bilis? En todo el tiempo de mi cuento, ese diablito no me quitaba el ojo de encima... Yo en vano recordé sobre el paseo de ayer. Si a ella le pareció... se terminó; amable amigo mío, Evguénii Andréich, haga su maleta. (Se pasea.) Y ya es hora… me enredé. ¡Oh, el caso, el infortunio de los imbéciles, y la providencia de los hombres inteligentes!, ¡ven en mi ayuda! (Se voltea a mirar.) ¿Quién es ese? Chujánov. ¿Y acaso él, de algún modo..?
Chujánov. (Entrando desde el comedor con cuidado.) ¡Ah, padrecito, Evguénii Andréich, cuánto me alegra que lo encontré solo!
Górskii. ¿Qué se le ofrece?
Chujánov. (A media voz.) ¡Pues ve qué, Evguénii Andréich!.. Anna Vasílievna, Dios le dé salud, se dignó a donarme el bosque12, para una casita, pero se olvidó de dar la orden en la oficina... Y sin la orden no me dan el bosque...
Górskii. Qué pues, recuérdele a ella.
Chujánov. Padrecito, tengo miedo molestarla... ¡Padrecito!, sea cariñoso, oblígueme a rezarle un siglo a Dios por usted... De algún modo, entre dos palabras... (Guiña un ojo.) Pues usted es un master en eso… ¿no se puede, así decir, de un modo indirecto?.. (Guiña un ojo de modo más significativo.) Además, cuente usted, con que ya es el dueño de la casa... ¡je, je!
Górskii. ¿De veras? Dígnese, yo con gusto...
Chujánov. ¡Padrecito!, hasta la tumba me va a obligar... (En voz alta y con las maneras anteriores.) Y si le hace falta algo, sólo guíñeme un ojo. (Echa atrás la cabeza.) ¡Eh, pero qué bravo pues!..
Górskii. Bueno, está bien... todo lo voy a cumplir, esté tranquilo.
Chujánov. ¡Obedezco, su excelencia! Y el viejo Chujánov no va a molestar a nadie. Informó, pidió, corrió, y ahí, como le plazca al jefe. Estoy muy satisfecho y agradecido. ¡Media vuelta a la izquierda, en marcha! (Se va al comedor.)
Górskii. Bueno, parece, que de este “caso” no sacas nada...
Tras la puerta del jardín, por los peldaños de la escalera, se oyen unos pasos apurados.
¿Quién corre así? ¡Bah! ¡Stanítzin!
Stanítzin. (Entra corriendo a toda prisa.) ¿Dónde está Anna Vasílievna?
Górskii. ¿A quién desea?
Stanítzin. (Deteniéndose de repente.) Górskii... Ah, si usted supiera...
Górskii. Usted está fuera de sí, de la alegría... ¿Qué le pasa?
Stanítzin. (Lo toma de la mano.) Górskii... Yo, en verdad, no debería... pero no puedo, la alegría me ahoga... Yo sé, usted siempre me tuvo simpatía... Imagínese pues... ¿Quién se lo podía imaginar..?
Górskii. ¿Pero qué pasa, finalmente?
Stanítzin. Yo le pedí la mano a Viéra Nikoláevna, y ella...
Górskii. ¿Y ella qué?
Stanítzin. Imagínese, Górskii, ella aceptó... ahora mismo, en el jardín... me permitió dirigirme a Anna Vasílievna... Górskii, yo soy feliz como un niño… ¡Qué muchacha asombrosa!
Górskii. (Apenas ocultando la inquietud.) ¿Y usted va a ver ahora a Anna Vasílievna?
Stanítzin. Sí, yo sé que ella no me va a rechazar... Górskii, yo soy feliz, feliz sin medida… … Yo quisiera abrazar a todo el mundo… Permítame, por lo menos, abrazarlo a usted. (Abraza a Górskii.) ¡Oh, qué feliz soy! (Se va corriendo.)
Górskii. (Después de un largo silencio.) ¡Bravissimo! (Reverencia a Stanítzin por detrás.) Tengo el honor de felicitarlo... (Camina por la habitación con fastidio.) Yo no esperaba esto, lo confieso. ¡Muchacha pícara! Pero ahora me hace falta irme... O no, me voy a quedar... ¡!, de qué modo desagradable me late el corazón... Es infame. (Tras pensar un poco.) Bueno, ¿qué pues?, estoy destrozado... Y de qué forma deshonrosa destrozado… y no así ni ahí, donde yo quisiera... (Acercándose a la ventana, mira al jardín.) Vienen... Moriré, por lo menos, con honor...
Se pone el sombrero, como si se dispusiera a ir al jardín, y se tropieza en las puertas con Mújin, Viéra y m-lle Bienaime; Viéra tiene a m-lle Bienaime del brazo.
¡Ah!, ¿Ustedes ya regresan?, y yo iba a verlos a ustedes...
Viéra no levanta los ojos.
M-lle Bienaime. II fait encore trop mouille.
Mújin. ¿Por qué no viniste con nosotros enseguida?
Górskii. Chujánov me retuvo... Y ustedes, parece, que corrieron mucho. ¿Viéra Nikoláevna?
Viéra. Sí... tengo calor.
M-lle Bienaime con Mújin se apartan a un costado, después empiezan a jugar en el billar chino, que se encuentra un poco detrás.
Górskii. (A media voz.) ¡Yo lo sé todo, Viéra Nikoláevna! Yo no esperaba esto.
Viéra. ¿Usted sabe?.. Y yo no me asombro. Él tiene en el corazón, lo mismo que en la lengua.
Górskii. (Con reproche.) Él tiene... Usted se va a arrepentir.
Viéra. No.
Górskii. Usted actuó bajo la influencia del fastidio.
Viéra. Puede ser, pero yo actué de modo inteligente, y no me voy a arrepentir... Usted mismo me aplicó los versos de su Liérmontov; usted me dijo que yo iría sin retorno, a donde me lleve la casualidad... Además, usted mismo sabe. Górskii, con usted yo sería infeliz.
Górskii. Mucho honor.
Viéra. Yo digo, lo que pienso. Él me ama, y usted...
Górskii. ¿Y yo?
Viéra. Usted no puede amar a nadie. Usted tiene un corazón demasiado frío, y una imaginación demasiado ardiente. Yo le hablo como a un amigo, como de cosas que pasaron hace tiempo...
Górskii. (Apagadamente.) Yo la ofendí.
Viéra. Sí... pero usted no me amaba lo suficiente, como para tener el derecho a ofenderme... Por lo demás, todo esto es cosa del pasado... Vamos a separarnos como amigos... Deme su mano.
Górskii. ¡Yo me asombro con usted, Viéra Nikoláevna! Usted es diáfana como un cristal, joven como un niño de dos años, y decidida como Federico el Grande. Darle la mano... ¿pero acaso usted no siente, qué amargura debo tener yo en el alma?..
Viéra. Su amor propio se duele... eso no es nada: vivirá.
Górskii. ¡Oh sí, usted es un filósofo!
Viéra. Escuche... Nosotros, probablemente, hablamos de esto por última vez... Usted es un hombre inteligente, y se equivocó conmigo por completo. Créame, yo no lo pondría au pied du mur, como se expresa su amigo, monsieur Mújin; yo no le puse una prueba, sino buscaba verdad y sencillez, yo no le exigí que saltara del campanario, y en lugar de eso...
Mújin. (En voz alta.) J'ai gagne.
M-lle Bienaime. ¡Eh bien!, la revanche.
Viéra. Yo no dejé que jugaran conmigo, eso es todo... En mí, créame, no hay pesar...
Górskii. La felicito… La grandeza honra al ganador.
Viéra. Deme la mano pues... aquí tiene la mía.
Górskii. Disculpe, su mano ya no le pertenece.
Viéra se voltea y va al billar.
Por lo demás, todo es para mejor en este mundo.
Viéra. Precisamente... ¿Qui Gagne?
Mújin. Hasta ahora, siempre yo.
Viéra. ¡Oh, usted es un gran hombre!
Górskii. (Sacudiéndolo por el hombro.) Y mi primer amigo, ¿no es cierto, Iván Pávlich? (Se mete la mano en el bolsillo.) Ah, por cierto, Viéra Nikoláevna, dígnese aquí... (Va a la avant-scène.)
Viéra. (Yendo tras él.) ¿Qué me quiere decir?
Górskii. (Se saca la rosa del bolsillo y se la enseña a Viéra.) ¿Ah?, ¿qué me dice? (Se ríe.)
Viéra se sonroja y baja los ojos.
¿Qué?, ¿pues es ridículo? Mire, aún no alcanzó a marchitarse... (Con una reverencia.) Permítame devolverla a su propietario...
Viéra. Si usted me respetara, siquiera, una migajita, no me la devolvería ahora.
Górskii. (Retirando la mano.) En ese caso, permítame. Que se quede conmigo pues, esta pobre flor... Por lo demás, la sensibilidad no se me pegó... ¿no es verdad? ¡Y exactamente, que vivan la burla, la alegría y la maldad! Aquí estoy en mi plato13 de nuevo.
Viéra. ¡Y excelente!
Górskii. Míreme. (Viéra lo mira, Górskii continúa no sin inquietud.) Adiós... Ahora me sería apropiado gritar: ¡Welche Perle warf ich weg! ¿Pero para qué? Todo es para mejor14 pues.
Mújin. (Exclama.) ¡J'ai gagne encore un fois!
Viéra. Todo es para mejor. ¡Górskii!
Górskii. Puede ser... puede ser... Ah, y aquí se abre la puerta de la sala... ¡Viene la polonesa familiar!
De la sala sale Anna Vasílievna. La lleva Stanítzin. Tras ellos entra Varvára Ivánovna... Viéra corre al encuentro de su madre y la abraza.
Sra. Libánova. (Con un susurro lloroso.) Pourvu que tu sois heureuse, mon enfant...
Stanítzin no sabe dónde poner los ojos. Éstá listo a llorar.
Górskii. (Para sí.) ¡Qué cuadro conmovedor! ¡Y cuando piensas, que yo podría estar en el lugar de ese bellaco! No, resueltamente, no he nacido para la vida familiar... (En voz alta.) Bueno, ¿qué, Anna Vasílievna, terminó acaso usted, finalmente, sus supersabias disposiciones en la administración, las cuentas y los cálculos?
Sra. Libánova. Las terminé, Eugene, las terminé... ¿y qué?
Górskii. Yo propongo enganchar la carroza, e ir toda la sociedad al bosque.
Sra. Libánova. (Con sentimiento.) Con gusto. Varvára Ivánovna, alma mía, ordene.
Varvára Ivánovna. Obedezco, obedezco (Va al vestíbulo.)
M-lle Bienaime. (Girando los ojos bajo la frente.) ¡Dieu, que cela sera charmant!
Górskii. Miren, cómo nos vamos a divertir... yo estoy contento hoy, como un gatito... (Para sí.) Con todos estos sucesos, se me subió la sangre a la cabeza. Yo como que me embriagué... ¡Dios mío, qué bonita está!.. (En voz alta.) Tomen sus sombreros, vamos, vamos. (Para sí.) ¡Pero acércate a ella pues, hombre tonto!..
Stanítzin se acerca a Viéra con embarazo.
Bueno, así. No te inquietes, amigo mío, yo, durante el paseo, voy a gestionar por ti. Tú me vas a aparecer en todo tu esplendor. ¡Qué alivio siento!.. ¡!, ¡y qué amargo! Bueno, no es nada. (En voz alta.) Mesdames, vamos a pie: la carroza nos alcanza.
Sra. Libánova. Vamos, vamos.
Mújin. ¿Qué es eso, como si un demonio se apoderara de ti?
Górskii. Un demonio soy… ¡Anna Vasílievna!, deme su brazo... ¿Pues yo, de todas formas, quedo como el maestro de ceremonias?
Sra. Libánova. Sí, sí, Eugene, por supuesto.
Górskii. ¡Bueno, y excelente!.. ¡Viéra Nikoláevna!, dígnese a darle el brazo a Stanítzin... Mademoiselle Bienaime, prenez mon ami monsieur Mújin; ¿y el capitán... dónde está el capitán?
Chujánov. (Entrando desde el vestíbulo.) Dispuesto al servicio. ¿Quién me llama?
Górskii. ¡Capitán!, dele el brazo a Varvára Ivánovna... Aquí viene ella, por cierto...
Varvára Ivánovna entra.
¡Y con Dios!, ¡en marcha! La carroza nos alcanza... Viéra Nikoláevna, usted abre el cortejo, Anna Vasílievna y yo en la arrière-garde.
Sra. Libánova. (En voz baja a Górskii.) Ah, m'on cher, si vous saviez, combien je suis heureuse aujourd'hui.
Mújin. (Poniéndose en el lugar con m-lle Bienaime, al oído a Górskii.) Bien, hermano, bien: no te intimidas... y confiésalo, el hilo se rompe por lo más fino.
Todos se van. Telón.

1En la Rusia zarista aún no se ha aceptado la reforma hecha al calendario por el papa Gregorio XIII en 1582 ("calendario gregoriano"), y se rigen por el "calendario juliano" o de Julio César.
2Exe Salotopine,
3Acaso es poco lo que hay (expresión familiar), aproximadamente, cosas del mundo, alternativas y vicisitudes de la vida.
4Pasto bajo los pies (sentido figurado), aproximadamente, sopa boba, vida holgazana y a expensas de otro.
5Mátushka (expresión anticuada), mamita.
6Escila y Caribdis, deidades marinas apostadas en el estrecho de Mesina, que devoran a algunos marineros de Odiseo.
7Mazúrka, baile y música de origen polaco.
8Bajo el cuchillo (expresión familiar), con el cuchillo en la garganta.
9Kammerfrau, ayuda de cámara.
10Que Dios dé pies (expresión familiar), aproximadamente, poner los pies en polvorosa.
11Atascarse en esos plumones (sentido figurado), atascarse, meterse en un atolladero.
12Donar el bosque (expresión anticuada), permitir talar árboles del bosque.
13Estar en su plato (expresión familiar), saber uno el terreno que pisa.
14Todo es para mejor (expresión familiar), todo es para bien.

Título original: Gde tonko, tam i rvëtsia, publicada por primera vez en la revista Sovremennik, 1848, Nº 11, con la firma: "I.S. Turguéniev".
Imagen: Ilya Repin, On a Bridge in Abramtsevo, 1879.